No fue ni en un día caluroso, ni de
tormenta, como empezaría una mala novela. Fue en uno corriente cuando se
encontraron y casi sin verse se miraron interiormente .Desde entonces cada domingo
se reúnen en un café sencillo, sin excesiva decoración. Ella se hace llamar
Talita, el hombre que acostumbra a sentarse a su izquierda se autonombra
Horacio, el que suele tomar vodka necesita que le llamen Gregorovius y al último siempre en llegar, le han
apodado Perico. Comparten la pasión por “Rayuela”. En sus encuentros leen un
párrafo del libro, discuten sobre él y terminan los debates y apuran sus tragos
eligiendo cada uno la palabra que en esa tarde les produce
mayor emoción. Luego, a viva voz, la repiten en cadena, como si fuera una
oración, un rosario de cuatro palabras que mitiga su soledad hasta el domingo
siguiente.
Hoy Talita no ha acudido al encuentro. Horacio no sabe donde sentarse,
Perico no es el último, pues falta ella y Gregorovius no
pide nada para beber. No escogen palabras. Mejor las inventan. “Desderechado” masculla
Horacio, “apenadúltimo”, murmura Perico, “devodkado” grita Gregorovius Se
miran y unánimemente exclaman la cuarta palabra “ ¡ mortalitados!” . No habrá
más domingos.
Pues ya me gusta Begoña, con ese toque de amistades casuales y extrañamente profundas. Me encanta esa conexión que a veces sentimos con otras personas por cosas pequeñas, que en el fondo no son tan grandes a cada uno.Y sí, cuando una pata de la mesa falla, ya la mesa, deja de ser "la mesa". Me ha gustado!!!!
ResponderEliminarUn capítulo que encajaría entre dos cualquiera de Rayuela Begoña. De la fragilidad de las cadenas que nos unen a lo cotidiano, a la comodidad de lo previsible, aun en la rebeldía. Muy buen homenaje.
ResponderEliminarUn beso enorme.