viernes, 17 de agosto de 2012


LA GALLEGUCA



Desde la loma del faro, se me olvidan los insultos de los chicos de la escuela, por mi tic en el ojo y ese apodo de “la galleguca”. Nunca he sabido por qué me lo pusieron. Le pregunto a mi madre y me dice que cuando sea más moza entenderé. Creo que tiene algo que ver con una tarde plomiza  en la que sin avisar cambio el viento y de pronto sopló el  del oeste. El gallego, se hizo cómplice  de la mar, y juntos removieron las  olas agitando  con fuerza  los barcos que llevaban varios meses ausentes, poniendo  sus quillas mirando al cielo. Ese día, dicen las vecinas, lloraron hasta las piedras del barrio pesquero, y las mujeres se unieron en ruegos a la virgen del Amparo, para que cesara la galerna. Dicen que mi madre no estaba allí para pedir por  el regreso de mi padre. Nueve meses después nací yo, nunca pude conocer a mi padre, su cuerpo no  apareció. Desde entonces nos cuida tío Roberto, el de la taberna. Dice que me quiere mucho, y debe ser cierto porque a él también le tiembla un ojo como a mi




RENACIMIENTO

Se sentía cansado, sin vida. Forzó  el paso del caballo y  recorrió por  unas horas más el camino, hasta que  a lo lejos vio aparecer la franja fronteriza entre el cielo y el mar. Recortó con sus ojos la silueta del acantilado desde donde divisó la aldea; ya no era la misma, no la que   había abandonado años atrás. Ni  su  hijo, ni su   esposa, ni padres, ni hermanos esperaban su  regreso. Sus cuerpos yacían   solitarios en algún lugar esperando sepultura. Su pasado moría enterrado entre las ruinas de un pueblo fantasma,  quebrado por la mano ensangrentada de soldados  que como él  luchaban sin comprender la razón. Dos años de guerra en el nombre de algún dios, en el nombre de la justicia  ensalzada por un  rey ambicioso,  le habían arrebatado  todo cuanto poseía. El cielo se pintó de luto. Vio en los ojos vidriosos de  sus compañeros el reflejo del mar, que lloraba  con ellos. La rabia inundó sus  entrañas y sintió la punzada del odio. Avanzando hacia la orilla, gritó hasta que  el azul profundo de las aguas  reconfortó  su alma. Y allí mismo, frente al inmenso mar,  juró que volvería  a levantar su pueblo

miércoles, 1 de agosto de 2012

MAR MUERTO

Nos encantaba viajar  en nuestro  barco velero, entre espuma y brisas de mar. La música se escuchaba desde  una punta  a otra de nuestro navío. Encendíamos velas y su  luz aclaraba la noche,  se propagaban aromas a vainilla y limón. Nuestros ojos, nuestras manos, se posaban  en los paisajes más hermosos y soñamos sin querer despertar. Pero un día  nos sorprendió la tormenta, zarandeó nuestra nave y aquellos viajes nuestros se volvieron  grises y turbios. La tormenta dejó culpa y reproches.  Dejamos de viajar juntos. Una noche, yo quise volver a intentarlo y te propuse  salir en el barco por  nuestro mar particular.  Me vi sola,  soñando  sola, no había ni aromas, ni espuma, ni velas, y el viaje fue corto: decidí quitar el tapón de la bañera, y mis sueños y tu amor se fueron por el desagüe.  No he vuelto a verte más.