miércoles, 2 de octubre de 2013



El BOTICARIO  





No puedo evitarlo, al fin y al cabo, antes o después todos hemos de morir. La semana pasada fue Doña Elvira, la anterior su marido, ayer le tocó a Jacinto .Como siempre lo tengo todo preparado. Temprano por la mañana, después del pulcro afeitado, rocío mí cara con loción y tras ponerme como otras veces el traje de los domingos, despacio recorro la calle. Se oyen los llantos desde  fuera. Dentro, la acostumbrada escena. Al hombre, ya frio, le rodean los parientes cercanos, vecinos y las mujeres contratadas. Las velas ahúman, ahogando el olor nauseabundo del cuerpo, que se mezcla con el aroma a canela de los bizcochos. Me quedo en el umbral de la puerta y desde allí la miro; está preciosa cuando llora. Es del pueblo de al lado, solo la veo cuando las campanas tocan a muerto y eso me basta. Pero hoy su llanto es diferente, no es un lamento pagado ni fingido. Sintiendo el mordisco de los celos me dirijo a la botica. De la trastienda cojo uno de los habituales frascos y lo destapo sabiendo que mañana, entre las velas y el olor de los bizcochos, ella derramará solo sus lagrimas   por mí.

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