sábado, 1 de junio de 2013




DIARIO DE UN EMIGRANTE.




Apenas hace unas horas que hemos partido. El puerto se ha llenado de gente ondeando pañuelos. Algunos, sin saber bien cuál será el término de nuestra aventura, nos han despedido con emoción contenida. Yo, me paseo sobre la cubierta del barco, disimulo mi tristeza para que nadie note, que este es el peor de mis días. Atrás he dejado, a mi rubia amiga del colegio, la que luego se convirtió en mi novia. A mi perro le he buscado un lugar con mis  vecinos, ahí estará bien. Mi madre no ha querido venir a despedirse, la he prometido volver pronto, pero sé que la he mentido, sé que no volveré, y ahora al atravesar las puertas del barco, sus claraboyas, como si fueran espejos, me devuelven mi propia imagen, en ellas veo la mezcla de la culpa , la ira y el miedo a lo desconocido. Quisiera golpear sus cristales hasta que no quedara ninguno, pero eso no haría desaparecer mi rabia, sólo su reflejo. Mi país, ya no tiene futuro para mi, y espero encontrarlo allá donde voy.  Solo deseo que nunca nadie vuelva a vivir lo que en estos momentos yo siento. Miércoles 3 de junio 1959

3 comentarios:

  1. Sensaciones que parecían no ser más que un recuerdo de abuelos y sin embargo.
    Creo que describes perfectamente lo que debe sentir aquel que se ve forzado a dejarlo todo atrás.
    Abrazos Begoña

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  2. Los exilios son una desgarramiento, pero también una ruta iniciática. Ahora toca repetir, repetir esa imagen, que se podría remontar a los gallegos y asturianos de hace más de un siglo partiendo hacia América. Y luego están los dolorosos exilios interiores, de esos hablaremos otro día.
    Miércoles 3 de junio de 2013
    Abrazos.

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  3. Yo, que tuve que irme del mío, lo hice por placer; lo malo es tener que irse de un país porque no hay futuro en él para uno. Lo paradójico es que, desde que me fui de España, cuando tuve que cambiar de ciudad (era en Francia, de Cannes a Angers), ya me costaba menos, y lo pesado fue regresar, tras ocho años, a un país que se me hizo incómodo. Me voy a costumbrando, pero comprendo tu relato, y me gusta.
    Un beso migratorio
    Juan M.

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