viernes, 5 de octubre de 2012


                    HUELLAS DE CARAMELO.


Los cristales de la ventana sabían de mis esperas, de mis dedos pegajosos ,cuando Lucía me traía a escondidas caramelos y me anunciaba un nuevo encuentro, para luego  peinar  mi pelo, asearme mientras me hacia cosquillas, y arreglar mi   cama.
 Las ventanas eran como periscopios de submarinos, por los que veía llegar a quien sería en esa ocasión   mi cita a ciegas. Siempre fue  así. Entraban hasta los jardines del edificio, bajaban de los coches y no volvía a saber de ellos hasta pasadas unas horas. Pero yo ya había visto sus caras, sus ojos asustados, sus manos temblorosas aferradas  a otras adultas. Durante ese  tiempo en el que perdía su rastro, imaginaba como serian: tímidos, silenciosos, divertidos… La inquietud y la curiosidad se me enganchaban al corazón y mataba los nervios y la  impaciencia  con los dulces de Lucía.
Algunos estuvieron conmigo durante meses, otros unas semanas y los menos unos días. Todos ellos se quedaron en mí  y dejaron su huella.  ¿Cómo olvidar a esos  niños que  durante  aquellos años infantiles, en los que aprendí a  vivir  y a  ganar a la muerte, fueron mis compañeros en la  habitación de un hospital?

2 comentarios:

  1. Es precioso Begoña, y leerlo acompañado de la música que nos propones, le hace aún más entrañable.
    Espero poder pronto decírtelo en ENTC.

    Me gusta especialmente ese aprender a vivir y a ganar a la muerte.

    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Paloma, por tu comentario, veo que sigues el blog y eso me enorgullece

      Un abrazo

      Eliminar