viernes, 17 de agosto de 2012





RENACIMIENTO

Se sentía cansado, sin vida. Forzó  el paso del caballo y  recorrió por  unas horas más el camino, hasta que  a lo lejos vio aparecer la franja fronteriza entre el cielo y el mar. Recortó con sus ojos la silueta del acantilado desde donde divisó la aldea; ya no era la misma, no la que   había abandonado años atrás. Ni  su  hijo, ni su   esposa, ni padres, ni hermanos esperaban su  regreso. Sus cuerpos yacían   solitarios en algún lugar esperando sepultura. Su pasado moría enterrado entre las ruinas de un pueblo fantasma,  quebrado por la mano ensangrentada de soldados  que como él  luchaban sin comprender la razón. Dos años de guerra en el nombre de algún dios, en el nombre de la justicia  ensalzada por un  rey ambicioso,  le habían arrebatado  todo cuanto poseía. El cielo se pintó de luto. Vio en los ojos vidriosos de  sus compañeros el reflejo del mar, que lloraba  con ellos. La rabia inundó sus  entrañas y sintió la punzada del odio. Avanzando hacia la orilla, gritó hasta que  el azul profundo de las aguas  reconfortó  su alma. Y allí mismo, frente al inmenso mar,  juró que volvería  a levantar su pueblo

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