FUEGOS ARTIFICIALES
Había docenas de pequeñas esferas
de colores brillando en el cielo. Esferas, que tras el estruendo de los fuegos
artificiales se quedaron suspendidas, vagando sin rumbo preciso.La playa, llena
de expectación, retumbaba y yo, mudo, quieto, fijé mi mirada en una de esas luces
brillantes, siguiendo su trayectoria. Me pareció profética esa imagen. Pero yo
no era un hombre valiente. De aquel estado de paz y felicidad me sacó la voz de
Dori, más bien sus gritos que me ordenaron seguirla hasta nuestra casa. Hubiera
preferido no hacerlo y continuar conectado con la luz hipnotizadora de ese
cuerpo que sin serlo parecía celeste. Hubiera preferido atreverme a decirla que
no, que tenía una trayectoria que seguir, que si no lo hacía la perdería para siempre.
Pero no tuve valor. Mi vida continuó con
Dori, y Sofía, ante mis pocos arrestos decidió marcharse sola del pueblo. Cada
año voy a ver en soledad los fuegos artificiales, pero ya nunca serán como
aquellos; mi esfera se perdió entre las nubes.
Lo efímero tiene esa pequeña recompensa, pero siempre lo echaremos de menos.
ResponderEliminarUn saludo.
Juan M.
No sé, no sé, al final casi todas las esferas acaban perdiéndose, difuminándose. Tampoco se ven mal los fuegos en soledad.
ResponderEliminarAbrazos
Es tan difícil en ocasiones tomar decisiones.
ResponderEliminarUn placer asomarme a esta ventana.
Un abrazo.