Papá se mesa las barbas intentando hacer desaparecer las cana s. Mamá se maquilla frente al espejo poniendo caras ridículas. Aquí nadie quiere hacerse mayor, pero a mí me obligan a comerme las acelgas y las espinacas, porque así, dice mi madre, he de hacerme un hombre, un hombre grande y mayor. El mejor es el abuelo, a ese ya todo le da igual. Hoy cumple años, tiene una gran colección de ellos, por eso dice que uno más no le importa. Le hemos regalado una bufanda, unos guantes y una radio nueva. La radio imagino que es para que no se encuentre sólo. Cuando el día se acabe, el dinosaurio, dice mi padre, volverá a su sitio. Son las ocho, el abuelo se ha quedado triste mirándonos por la ventana de la residencia. No pienso comer más verduras.
Me ha encantado este relato... un niño sensible y con mucha lógica.
ResponderEliminarUn abrazo
Genial Begoña, todo un ejemplo a seguir el de los abuelos, cuanta sabiduría. Je je
ResponderEliminarUn abrazo.
Puede que se haya quedado triste porque él también tiene verduras de cena en la residencia. Y también le obligan. Si os rebeláis a dúo, quizá....
ResponderEliminarUn abrazo.