UN MAESTRO PARA LUCÍA
Duerme tranquilo. Y al llegar los rayos del sol a su nariz, se levanta con una sonrisa que anima el alma. Coloca los zapatos uno al lado del otro, y suavemente los desliza por sus pies, por los de ella, por los de la niña de sus ojos, su hermana Lucía, que aun no cumplió los tres años y ya admira a su hermano mayor. No sabe estar sin el.
Mientras su hermana juega con las muñecas, él la mira detrás de esas gafas de color azul, que jamás deja olvidadas ni pierde, sabe que a mamá la costó mucho comprarlas. Cuando el juego de la niña ha acabado, el recoge las muñecas y con suavidad la riñe por que no es ordenada. Lucía hace pucheros y la arrulla en su pecho.
Y al caer la tarde, llega el cotidiano paseo. Su abuela los mima demasiado, pienso yo, pero me enternece verles a los tres unidos de la mano, sin soltarse, como si tuvieran miedo a que alguno, distraído, cambiara de camino y se extraviara.
Él es de pocas palabras. “Es muy observador “dice mi mujer, mientras con delicadeza coloca su flequillo, y el devuelve el gesto a la abuela, con su mejor beso.
De pronto, ya junto a la ribera., el se sienta con Lucia, y mira hacia el cielo, entonces habla, claro que habla, tiene una responsabilidad.
- Mira Lucia, una hoja, dos hormigas, tres margaritas…
Y la niña repite la cuenta intentando aprender.
Veo a mi nieta Lucia mirarle como a un dios, por que él ya sabe contar, y a él, orgulloso, le gusta ser su maestro.
Y yo, que adoro a mi nieto desde ese día en que nació, y supimos que un tal señor Down iba a dar nombre a su discapacidad, respiro profundamente, y sonrió.
(Presentado a creciendo juntos)
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