HUELLAS DE CARAMELO.
Los cristales de la ventana sabían de mis esperas, de mis dedos pegajosos ,cuando Lucía me traía a escondidas caramelos y me anunciaba un nuevo encuentro, para luego peinar mi pelo, asearme mientras me hacia cosquillas, y arreglar mi cama.
Las ventana s eran como periscopios de submarinos, por los que veía llegar a quien sería en esa ocasión mi cita a ciegas. Siempre fue así. Entraban hasta los jardines del edificio, bajaban de los coches y no volvía a saber de ellos hasta pasadas unas horas. Pero yo ya había visto sus caras, sus ojos asustados, sus manos temblorosas aferradas a otras adultas. Durante ese tiempo en el que perdía su rastro, imaginaba como serian: tímidos, silenciosos, divertidos… La inquietud y la curiosidad se me enganchaban al corazón y mataba los nervios y la impaciencia con los dulces de Lucía.
Algunos estuvieron conmigo durante meses, otros unas semana s y los menos unos días. Todos ellos se quedaron en mí y dejaron su huella. ¿Cómo olvidar a esos niños que durante aquellos años infantiles, en los que aprendí a vivir y a gana r a la muerte, fueron mis compañeros en la habitación de un hospital?
Es precioso Begoña, y leerlo acompañado de la música que nos propones, le hace aún más entrañable.
ResponderEliminarEspero poder pronto decírtelo en ENTC.
Me gusta especialmente ese aprender a vivir y a ganar a la muerte.
Saludos
Gracias Paloma, por tu comentario, veo que sigues el blog y eso me enorgullece
EliminarUn abrazo