La carretera se desliza bajo las ruedas. Tras los cristales, en este caluroso septiembre, los arboles, sinuosos pinos cargados de aroma verde y canela, permiten a sus frutos, abandonar las ramas. Esas codiciadas piñas, se golpean sobre el suelo, desgranándose libres. Prefiero sentir el aire que refresca mi cara y bajo suavemente la ventanilla.
Coloco el espejo retrovisor para verme bien, y en el veo una amplísima sonrisa, la de él, la de mi padre que me sostiene sobre sus rodillas. Mis manos se aferran al volante, y con correctos movimientos, siento que gira y gira, sin girar.
Sigo deslizando mis manos por el volante de cuero negro, y mi viaje cada vez es más interesante. El pinar es ahora, la carretera comarcal de un pueblo lejano no conocido para mí. Ha pasado una cigüeña con su vuelo rasante sobre el coche. Claro, no lo recordaba, mi primo está a punto de nacer, eso me han dicho.
Así varios minutos, varias horas, sobre las piernas de mi padre, sentado, como en el más cómodo de los sillones. Recorriendo nuestros mundos.
Ahora que no hay curvas, enciendo la radio. Formula quinta, canta “Vacaciones de verano”, y en ese momento mi madre, con delicados golpecitos sobre el capó, nos llama para merendar. Puedo oler el aroma nostálgico de aquellos pimientos verdes, fritos amorosamente y que acompañan la famosa tortilla de mi madre, pero a pesar de esos olores prometiendo una magnifica merienda , mis manos no quieren dejar el volante, y sobre todo no quiero abandonar mi viaje, no quiero apartarme de los caminos ya recorridos, y de los que voy a recorrer, y pido zalameramente a mi madre unos minutos más, mi padre la mira de la misma forma que yo, y ella, que no sabe resistirse a nuestros cómplices gestos, nos concede el favor solicitado, y continuo y continuo, con cara de velocidad. ‘‘ha de darme tiempo a finalizar el viaje’’.
Tras esa tregua, no tengo más remedio, que bajarme de las rodillas de mi padre, y regresar de nuevo al aroma de los pimientos y de la madera de los pinos, no sin hacerle prometer que antes de marcharnos, me dejará de nuevo sentir el aire fresco de otros lugares, en un nuevo viaje estático en nuestro coche. Mi padre, dándome una pequeña y suave sacudida en el hombro me pide que baje, indicándome con su mirada la de mi madre, que empieza a impacientarse. Rezongueo un poco, pero al final, sucumbo en el placer de la merienda en mi paladar, mientras de reojo, no pierdo de vista el automóvil, preguntándome ¿a dónde me llevará la próxima vez? ¿Cuál será el nuevo viaje compartido con mi padre? Sobre sus rodillas, el mundo me resulta seguro, ninguna de las carreteras que puedan sorprenderme me dan miedo, mis sueños, se repiten una y otra vez, sintiendo la mirada y la sonrisa de mi padre en mi nuca.
Realicé cientos de viajes con mente infantil, y a medida que mis piernas iban alargándose , dejé de necesitar sentarme sobre mi padre, para poder ver a través del cristal delantero y mis minúsculas manos pudieran asir el volante. Pero, él, siempre estuvo allí, acompañando mis salidas a otros mundos, en los recorridos de mi imaginación, mientras las cigüeñas volaban sobre mi y ya sabía que no significaba que alguien iba a nacer, mientras comprendía que el tiempo se deslizaba por nuestras vidas, los inviernos y lo veranos se sucedían irremediablemente, y con ellos se iban y venían, los años.
Cuando decidí tener por fin la posibilidad real de viajar a lugares vecinos o no, con mis propios pies sobre los pedales, él, también estuvo ahí, junto a mí, dándome sus indicaciones, sus consejos, “No aceleres demasiado” “Relaja tus músculos, el coche es tu compañero”.
Y por fin, un día, al comenzar el verano, tras haber aprobado el último curso de bachillerato, salí victorioso del examen que daría rienda suelta a mi mayor ilusión de aquel momento: podría conducir y estaba vez no tendría que imaginarlo.
Primero vinieron los paseos en el antiguo coche de mi padre, en aquel que vi pasar delante de mí la vida, en el que soñé carreteras y autopistas, pueblos y ciudades.
Luego los primeros paseos con Soledad, las tardes junto a los pinos, los caminos crujientes, los veranos cálidos, los anaranjados septiembres. Más tarde, al salir de la universidad, las reuniones con los amigos, los viajes de fin de semana, y por fin ,con mi primer trabajo, conseguí mi propio coche, en el que ahora, después de siete años, sostengo a Paloma sobre mis rodillas, tan pequeña y soñadora como yo cuando era un chaval. Tan chiquita, con los mismos ojillos curiosos. Tan descarada y zalamera cuando su madre, mi querida Soledad, la pide que se lave las manos y vaya a merendar.
Y la vida se repite en una sinfonía continua. Con mayores o menores oportunidades, pero al fin es la misma, la de aprender, la de recibir y la de dar, la de soñar y viajar por ella. La de crecer y equivocarse. La de recordar aromas, a madera, hierba fresca, piñones apunto de madurar.
Creo que siempre recordaré el vuelo de mi cigüeña y mis carreteras imaginadas.
Y esta mañana, él, mi padre, también está conmigo. El día está sombrío, se percibe el aire fresco de la madrugada, y el olor de la lluvia que pronto nos sorprenderá, mientras recorremos los escasos kilómetros hasta el pueblo, donde el párroco oficiara la misa funeral por mi madre. Mi padre se siente dolorosamente abandonado, desgastado y triste, siente que ha perdido su habitual actividad, ya no tiene ganas de darme consejos, e incluso cree que ya no lo necesito, y siento que hoy soy yo quien lo lleva sobre mis rodillas.
Me gustaría regresar a los aromas pasados, a las miradas de mi madre, a las sonrisas cómplices de mi padre, y estoy pensando, que de regreso a casa, pararé en el pinar. Pediré a mi padre que me ayude con esas maniobras que nunca se me dieron bien y es posible que juntos podamos ver, el vuelo rasante de una cigüeña.
Gracias por regalarnos esos hermosos recuerdos de tu infancia. Me gusta cuando cuentas "La vida se repite en una sinfonía continua... La de crecer y equivocarse"
ResponderEliminarUn saludo desde Marte
¡Qué bien , verte por aquí!, la realidad es que este blog se inicio, con la idea de relajarme y disfrutar de ratos viendo como crece y crece, como un diario , pero es grato saber que alguien te lee y te mira.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario.
Un saludo muy abrazado.
Begoña:
ResponderEliminarLa evocación está bien ambientada y el final está bien resuelto.
Quizás sea mi preconcepto al saber que se trata de un texto escrito por una mujer, o que antes de este escrito leí otros trabajos tuyos, pero recién identifiqué el género del narrador a partir del segundo adjetivo que hallé "victorioso". Habla mal de mi atención al leer, ya que al primer adjetivo ("sentado") lo pasé de largo, supongo que por esas cuestiones de la lectura veloz.
Suele sucederme que no puedo elaborar textos en primera persona, si el personaje se trata de una dama. Siento que no puedo captar la dulzura y la ensoñación presentes en la mente femenina. Ya hace muchísimos años que aprendí a soportar mis limitaciones, aunque lucho por superarlas.
Solo espero que estas reflexiones puedan ayudarte en la redacción más de lo que te pudiesen molestar.
Un pequeño truco: Al blog convendría oscurecerle el color celeste de las letras del encabezado (por ejemplo: ponerlas en azul marino), pues se mimetizan con el fondo, es sencillo de hacer y quedará más visible.
Un saludo cordial.
Arturo.
Beg me has hecho llorar, pero no creas que muy difícil. Hace 41 años que murió mi padre con 60, yo ahora los he cumplido y me celebraron una fiesta sorpresa cuarenta y tantas personas entre familia y amigos. Yo que me enteré, hice un relato sobre MI PADRE, pensé que no iba a llorar, pero fue empezar y como una plañidera.
ResponderEliminarSe acabó el papel para empapar tanto sentimiento.
Besos