EMBOSCADA.
El enemigo acechaba. Vigilaba
nuestros movimientos. No podíamos verlo sin embargo sabíamos que estaba ahí.
Intentábamos protegernos de una caza
certera. Su voz retumbaba con una frase única.
-Es la hora.
Guarecidos entre las sombras
esperábamos que abandonara la captura y pudiéramos continuar nuestro camino.
Pero el enemigo parecía no ceder en sus continuas amenazas y seguía gritando
sin piedad.
-Es la hora.
No teníamos salvación, lo único
que podíamos hacer era permanecer en silencio, sin mover un solo
músculo de nuestro cuerpo tembloroso, deseando que no nos encontrara.
La noche iba cayendo. Sonidos metálicos, como escudos golpeándose unos con otros,
comenzaron a oírse.
El enemigo se aproximaba, su voz se escuchaba cada vez más cercana.
Nos acurrucamos uno contra el
otro, los dos juntos, hermanos en la batalla.
-Es la hora- esta vez sonó
tras nuestras nucas. Mi compañero quiso
salir a descubierto y entregarse, no le dio tiempo. Sin esperarlo, el enemigo
hizo aparición, y apresándonos cruelmente dijo.
-No sé quien es peor, si el
abuelo o el nieto. ¿No me habéis oído? Vamos a cenar, es la hora.
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