Unos pasos indecisos me llevaron hasta la puerta. ¡Condenada mujer!, había echado las cortinas. Aún así la luz tenue de la lamparilla de noche, me indicó que estaba despierta. La imaginé. Soñé con su rostro velado entre las sombras, que la hacían más bella. Me quedé un rato más observando bajo la ventana. Decidí que lo haría todas las noches. Me traía buenos recuerdos; éramos jóvenes y yo espiaba cada anochecer junto a su portal. Aun no estábamos casados.
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