LA GALLEGUCA
Desde la loma del faro, se me olvidan los insultos de los chicos de la escuela, por mi tic en el ojo y ese apodo de “la galleguca”. Nunca he sabido por qué me lo pusieron. Le pregunto a mi madre y me dice que cuando sea más moza entenderé. Creo que tiene algo que ver con una tarde plomiza en la que sin avisar cambio el viento y de pronto sopló el del oeste. El gallego, se hizo cómplice de la mar, y juntos removieron las olas agitando con fuerza los barcos que llevaban varios meses ausentes, poniendo sus quillas mirando al cielo. Ese día, dicen las vecinas, lloraron hasta las piedras del barrio pesquero, y las mujeres se unieron en ruegos a la virgen del Amparo, para que cesara la galerna. Dicen que mi madre no estaba allí para pedir por el regreso de mi padre. Nueve meses después nací yo, nunca pude conocer a mi padre, su cuerpo no apareció. Desde entonces nos cuida tío Roberto, el de la taberna. Dice que me quiere mucho, y debe ser cierto porque a él también le tiembla un ojo como a mi